EL SUJETO :
El tema no consiste en coleccionar hechos, porque los hechos en sí mismo no ofrecen interés. Lo importante es elegir entre esos hechos y tomar el hecho verdadero en relación con la realidad profunda, situarse, en suma, en relación con lo que se percibe.
En fotografía la cosa más pequeña puede ser un gran tema, el detalle humano más pequeño puede convertirse en leit – motiv. Vemos y hacemos ver, mediante una especie de testimonio, el mundo que nos rodea, y es el acontecimiento por su función propia lo que provoca el ritmo orgánico de las formas.
En cuanto a la manera de expresarse, hay mil y un medios de destilar lo que nos ha seducido. Dejemos entonces a lo inefable toda su frescura y no hablemos más de eso…
Hay todo un dominio que ya no es más explotado por la pintura, y algunos dicen que es por culpa del descubrimiento de la fotografía; de cualquier manera la fotografía ha retomado una parte de eso, con la forma de la ilustración.
Pero acaso no se atribuye al descubrimiento de la fotografía el abandono, por parte de los pintores, de uno de sus grandes temas: el retrato.
Hoy en día la levita, el kepis, el caballo, asquean aún al más académico de los pintores, que se sentiría estrangulado por todos los botones de las polainas de Meissonier. Nosotros, los fotógrafos, quizá porque alcanzamos algo mucho menos permanente que los pintores, no tenemos porque sentirnos molestos. Más bien nos divertimos, porque a través de nuestra cámara aceptamos la vida en toda su realidad. La gente desea perpetuarse en su retrato, y presentan a la posteridad su mejor perfil, deseo frecuentemente mezclado con un cierto temor mágico: ellos se dejan tomar.
Uno de los caracteres emocionantes del retrato es también el reencontrar la similitud de los hombres, su continuidad a través de todo lo que describe su medio; aunque más no sea en el álbum de fotos familiar, cuando se toma al sobrino por el tío. Pero si el fotógrafo alcanza a reflejar un mundo tanto exterior como interior, es que la gente está «en situación», como se dice en el lenguaje del teatro. Tendrá, entonces, que respetar el ambiente, integrar el hábitat que describe el medio y, sobre todo, evitar el artificio que mata la verdad humana, pero también deberá hacer olvidar la cámara y al que la manipula. Un material complicado y el uso de proyectores impiden, me parece, que el pajarito salga. ¿Qué cosa es más fugaz que la expresión de un rostro?. La primera impresión que produce ese rostro es frecuentemente justa, y si bien esa primera impresión se enriquece cuando frecuentamos a la gente, también es cierto que es más difícil expresar su naturaleza profunda a medida que conocemos a esas personas más en íntimamente. Me parece bastante peligroso hacer retratos por encargo, porque dejando aparte a algunos mecenas, todos quieren ser halagados, y ya entonces no queda más nada de verdadero. Los clientes desconfían de la objetividad de la cámara mientras que lo que el fotógrafo busca es una agudeza psicológica; dos reflejos se encuentran, y un cierto parentesco se dibuja entre todos los retratos de un mismo fotógrafo, porque esta comprensión de la gente está ligada a la estructura psicológica del propio fotógrafo. La armonía de reencuentra buscando el equilibrio a través de la asimetría de todo rostro, lo que hace evitar la suavidad excesiva o lo grotesco.
Al artificio de ciertos retratos yo prefiero, y con mucho, esas pequeñas fotos de identidad apretadas las unas con las otras en la vidriera de los fotógrafos de pasa portes. A estos rostros se les puede plantear siempre una pregunta, y se descubre en ellos una identificación documental, a falta de identificación poética que se espera obtener.
Continuará…